Tenemos un país en el que no se salva ni el apuntador. Hace ya muchos, muchísimos años, mi abuela materna decía: "España debe ser un país muy rico porque todo el mundo mete la mano y nunca se acaba". Pero no debía ser tan rico como decía mi abuela, porque entre unos y otros, izquierdas y derechas, los de arriba y los del medio, lo han dejado en cueros y tiriitando.
Por si poco fuera desayunar con escándalos diarios, corruptelas, paraísos fiscales, donativos venezolanos y papeles de Panamá, ahora resulta que dos de los látigos con los que en cierto modo empatizaba el ciudadano porque trasladaban su indignación y la supuesta defensa de sus intereses a los tribunales no son más que dos tramas de extorsión y chantaje que han hecho milmillonarios a Miguel Bernad y Luis Pineda, sus cabezas visibles.
Con los Pujoles y familia campando por la calle a sus anchas, parte de la realeza en el banquillo y sin que se devuelva un solo euro de todo lo sustraído y evadido del país; con la sombra de la sospecha e imputaciones múltiples sobre numerosos representantes públicos que juraron servir al pueblo y lo han sangrado de mala manera, ahora resulta que esas Manos que se decían Limpias no estaban tan limpias, que eran unas manos metidas en el barro y manchadas de amenazas, de extorsiones. Una auténtica organización criminal y mafiosa, al igual que Ausbanc.
España se hunde en el fango mientras millones de ciudadanos decentes sostienen como pueden el país con su sudor, a base de recortes y de sacrificios; mientras miles de políticos decentes ven cómo pierden su credibilidad por culpa de tanto corrupto que se ha sentado a su lado; mientras millones de ciudadanos decentes ven cómo se hunden sus negocios, cómo sus hijos tienen que irse al extranjero o cómo otros tienen que regresar al hogar paterno porque no pueden vivir por sí mismos.
Es frustrante. Es desesperante vivir rodeados de fango con gentuza tan falta de ética, de principios, de solidaridad y respeto a los demás. Es desesperante tanta demagogia, tanta mentira, tanto reirse en la cara del ciudadano a quien presuntamente defienden, a quien presuntamente representan.
Cuántas veces habremos pensado que si estos sinvergüenzas de guante blanco devolviesen todo lo que han mangado quizá no harían falta recortes sanitarios, ni en educación, ni en cultura, ni congelar los sueldos, ni sacarse impuestos de la manga que cada vez asfixian más al pobre contribuyente.
Cuántas veces habremos pensado que si devolviesen a las arcas públicas todo lo sustraído quizá no harían falta tantos EREs o tendríamos un sistema capaz de ayudar y sostener a quienes están en el paro sin una luz en el camino; socorrer a tantas familias necesitadas, pintar de esperanza el futuro de un país castigado un día sí y otro también.
En tiempo de pactos imposibles o de nuevas elecciones, los ciudadanos no deberíamos ser tan permisivos, no deberíamos callarnos más ni acostumbrarnos a desayunarnos cada día con el estómago revuelto de tanto chorizo, que por la mañana se hace muy indigesto. El día a día nos dice que no metamos las manos en el fuego por nadie, ni siquiera por unas manos limpias que a la postre están llenas de mierda.