Opinión

En la muerte de un bombero

photo_camera "Sus compañeros lo sacaban del inmueble como a un Cristo Yacente envuelto en un sudario blanco"

"Se llamaba Eloy Palacio, pero se llamaba Luis Ángel Puente, como el zamorano que perdió la vida rescatando a tres jóvenes piragüistas que cayeron al Duero".

Un bombero fallecía ayer en Oviedo cuando participaba en las labores de extinción de un incendio en la calle Uría. La camara del zamorano Gonzalo González Ramos captaba la crudeza del incendio y desde Oviedo llegaban imágenes estremecedoras. Era Oviedo, pero podía ser Zamora, o cualquier parte del mundo, porque los bomberos están presentes en cada minuto de nuestra vida como ángeles de la guarda sin alas, como ángeles protectores que cada día arriesgan su vida para salvar la nuestra.

bomberoNo le tocaba trabajar, pero Eloy Palacio acudió en cuanto se solicitaron refuerzos al que sería su último servicio. Su vida quedó atrapada entre los escombros y el humo de un edifcio de la calle más señorial de Oviedo. Sus compañeros lo rescataban y lo sacaban del inmueble como a un Cristo Yacente envuelto en un sudario blanco, ofreciéndose por los demás sin guardarse nada, ni siquiera la propia vida.

Se llamaba Eloy, pero se llamaba Luis Ángel Puente, como el zamorano que perdió la vida rescatando a tres jóvenes piragüistas que cayeron al Duero. Se llamaba Eloy, pero se llama Lucas, Herminio, Emilio, César, David y todos aquellos que cada día se ponen su uniforme y acuden al centro a disposición de los ciudadanos,a lo que tenga que venir.

Hay profesiones que no están pagadas con dinero. España hoy recuerda con dolor a un bombero y reconoce su trabajo, su presencia, su apoyo. Esos bomberos que acuden a las aguas del Mediterráneo a socorrer a las víctimas de la guerra, a esos refugiados que no encuentran un suelo donde vivir en paz; esos bomberos de misiones internacionales que remueven entre los escombros de los terremotos y las catástrofes naturales; esos bomberos que acuden al Sáhara a formar al pueblo saharaui y a proveerles de agua y de atención humana en un punto del mapa del que parece haberse olvidado el mismo Dios.

Esos bomberos que preservan los bosques de los pirómanos, que socorren a los accidentados en sus hogares, que liberan a las víctimas de los accidentes. Esos bomberos que son héroes de carne y hueso, amigos, cercanos, siempre al otro lado del teléfono en un mar de sirenas sin cánticos, en un día a día que nunca sabrán si es el último.

Se llamaba Eloy, Eloy Palacio. Para él, para todos los bomberos del mundo, mi admiración, mi cariño, mi respeto y mi agradecimiento.

Y si en verdad existe un Dios, que guarde un sitio preferente ahí arriba para sus ángeles en la tierra, en el agua y en el fuego.

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