Días de difuntos, flores y buñuelos

Prefiero los versos del Tenorio, las historias de ánimas y aparecidos

Me educaron en el culto a la vida y en el respeto a la muerte. En las flores obligadas del cementerio en el Día de Todos los Santos. En el silencio y el respeto del padrenuestro. En la esperanza en la vida más allá de la vida.

Crecí en la tristeza de los primeros días de noviembre, en la pereza de las tardes sin luz, en el susurro del viento golpeando las ventanas por la noche. En el recuerdo, en la ausencia de los que nos faltan. En la oración a la luz de las velas en la noche de Ánimas por las callejuelas del camposanto. En el olor a fritanga de la cocina mientras los buñuelos crecían en el aceite hirviendo. Con el dulzor de los huesos de santo dejando su rastro de azúcar en el paladar.

Crecí con los vivos y muertos danzando sobre el escenario en el día de los Santos, con los versos del Tenorio, con el regusto de las castañas asadas, de las primeras nieblas. Con la voz tenebrosa de la moza de ánimas echando responsos por los que habitan en el Purgatorio. Con el cielo y el infierno. Con la certeza de que todos volveremos al polvo, junto a los cipreses, cerca del Duero, y seremos eternidad.

Todos los años, cuando llegan estas fechas, me pregunto si el Jalogüín y demás importaciones son de verdad fruto de la convivencia con otras culturas o fruto del catetismo de aquellos que también han desplazado en sus casas a los Reyes Magos para colgar Papás Noeles en sus balcones cuando llega Navidad pensando que son más modernos, más universales.

Bares llenos de zombies y brujas, arañas y telarañas, disfraces en los colegios... esa es la cultura que le están enseñando a nuestros niños, que nada tiene que ver con la que heredamos de nuestros mayores. La apertura siempre es buena, pero sé que yo nunca celebrare un Jalogüín. Ni lo siento como una fiesta mía, ni sé qué pinta impulsada por una institución pública.

Prefiero el recuerdo de los que quise. Y preferiría que los que vienen detrás conociesen nuestra tradición, los versos del Tenorio, las historias de ánimas y aparecidos, el rezo en el cementerio, la receta de los buñuelos de mi madre o la caricia de las flores sobre las tumbas. Ritos que no dejan de ser ritos, porque todos aquellos que se nos van continúan vivos en nuestro corazón y en nuestra memoria.

Catetismo disfrazado de modernidad o el complejo eterno de quienes pensamos que lo de los demás es mejor que lo nuestro. Hé ahí la cuestión.