Hace años que la antigua estación de autobuses fue concedida como sede a la Asociación Cultural Capitonis Durii, que desde entonces la ha convertido en un centro cívico que va mucho más allá de las funciones de almacén y local que requeriría una asociación de este tipo.
Con más imaginación y gusto que presupuesto, con muchas ganas, ilusión y trabajo a fondo perdido, Capitonis creó un pequeño museo con sus gigantes donde los niños aprenden la historia de Zamora de la mano de Doña Urraca, Arias Gonzalo, El Cid y Bellido Dolfos, los protagonistas del Romancero. Entre sus paredes se realizan talleres culturales, conciertos y actividades públicas para gentes de toda edad y condición que bien merecen continuidad y un lugar digno y seguro para llevarse a cabo.
La asociación ha pedido ayuda al Ayuntamiento para reparar las cubiertas del local, que presentan un lamentable estado y que no garantizan la seguridad de los visitantes tras las últimas lluvias caídas en la capital. Han sido ya varios los colegios que han suspendido sus visitas mientras el colectivo ha solicitado ayuda al Ayuntamiento para reparar la techumbre, petición que por el momento no ha sido atendida y que fue llevada a pleno en una moción del PP hace meses.
Claro está que son muchas las demandas que recibe la institución municipal y muchas las necesidades que atender, pero también es cierto que la labor cívica y cultural que desarrolla Capitonis Durii bien merece la atención del Ayuntamiento, que debería otorgar preferencia a preservar un edificio que, aún cedido a una asociación, es de uso público y lugar de referencia para los centenares de niños que pasan cada año y aprenden de dónde vienen, quiénes somos, a la vez que juegan y colorean.
Los cimientos ya están puestos y asentados y la labor desarrollada desde su fundación habla por sí misma. Doña Urraca, Arias, Bellido y Rodrigo bien merecen una casa como Dios manda, no una casa por el tejado.
Ellos, que salvaron y defendieron a la ciudad con uñas y dientes, con la sangre de los suyos, bien merecen tener sus cabezas a salvo. A fin de cuentas ellos son nuestra cabezas del Duero, los que tocan el cielo con sus manos y nos hacen soñar por las calles.