La pesadilla de las personas hipocondríacas durante la crisis del coronavirus

La UME desinfecta una residencia en Benavente | Foto Subdelegación del Gobierno

No puede relativizar el miedo. Cada mañana su obsesión es encender la televisión para saber el número de fallecidos y de contagiados. Números, números y más números. Y un pánico extremo. A contagiarse por coronavirus, a tener cualquier otra enfermedad. Salir de casa para ir al supermercado, le supone un desgaste emocional. No se olvida de la mascarilla ni de los guantes, pero tampoco de guardar palillos en el bolso, para no tocar los botones del ascensor, y de coger montones de pañuelos de papel porque sus manos no pueden rozar siquiera las puertas. Siempre con miedo a tocarse la cara, los ojos. Cuando pisa la calle, ya lleva con ella una ansiedad que no puede controlar. Es el día a día de una mujer hipocondríaca, un ama de casa zamorana, madre de una adolescente y esposa de un joven que trabaja en un hospital.

"Este confinamiento es difícil para todos, pero para mí lo es todavía más", comenta. Asegura que se ha lanzado a dar su testimonio para ayudar a las personas que, como ella, viven en una continua montaña rusa emocional, con trastornos que, como consecuencia de esta emergencia sanitaria, han quedado en el olvido. "En estos momentos, parece que somos todos hipocondriacos, que los que tenemos este trastorno nos hemos curado de repente", se lamenta. Y cree que esa generalización no ayuda, porque la enfermedad se diluye en el pánico general que ha provocado el COVID-19. Tener miedo ahora, es comprensible. Fuera existe una amenaza invisible que se ceba con los más débiles, pero estar siempre atemorizado es una "pesadilla".

Ella lo define como un "secuestro emocional constante" porque su mente "solo piensa en el miedo". Y ese miedo le provoca ataques de ansiedad, taquicardias e inapetencia. "Pierdes interés por todo", confirma. Arrastra el diagnóstico desde los 18 años, aunque desde la infancia ya hacía suyos los síntomas de enfermedades que padecían otros. El problema se agravó cuando nació su hija. "Estaba todo el día en el pediatra", recuerda. Sin motivo, con cualquier excusa. "Si la niña no se terminaba el biberón entero", añade, "ya era un motivo de preocupación". Y la angustia no la dejaba dormir.

Aunque ahora el trastorno regresa por temporadas, cada vez más espaciadas, la llegada del coronavirus la vuelve a mantener en una alerta constante. Y avisa: el trastorno no se cura solo, hay que pedir la ayuda de un psicólogo para, al menos, "poder convivir con ello". En estos días de confinamiento, recomienda la terapia online (la hay gratuita) y sustraerse de la sobreinformación sobre el coronavirus. Los datos son demasiados angustiosos.