El privilegio de una mirada directa
Dory Alonso Peláez ostenta desde el año 2018 el honor de ser la primera camarera del Nazareno de San Frontis, un cargo que le llegó por sorpresa apenas tres años después de la incorporación de la mujer a la Cofradía
Apenas tres años transcurren entre la entrada de las primeras mujeres como hermanas de fila en la Cofradía de Jesús del Vía Crucis y la incorporación de la figura de la camarera del Nazareno de San Frontis. Un cargo privilegiado y único que desde el 2018 ostenta Dory Alonso Peláez. Ella es la primera responsable en los 89 años de historia viva de esta Cofradía en vestir y atusar a la imagen que cada Semana Santa cruza el Duero en dirección a la Catedral, rumbo a un breve encuentro con su madre de apenas tres días.
Muchos lo sueñan, pero la realidad de situarse a escasos centímetros de la mirada serena del Nazareno está reservado para un grupo selecto. La imagen de autor desconocido abre el calendario de Pasión en Zamora, convertido en imagen de devoción y fiel reflejo de una cuenta atrás que llega a su fin el Jueves de Traslado. Consciente de su responsabilidad, esta zamorana no puede por menos que enfatizar la gracia que conlleva su puesto: “Cuando me dicen que si soy la camarera del Nazareno tengo que corregirles y decir que tengo el honor de vestirlo”.
No es para menos teniendo en cuenta que se trata de un cargo creado en exclusiva de la mano del anterior cotanero y mentor, Javier de Castro Rodríguez. Encargado de nombrar a su propio equipo de ayudantes, de Castro no dudó en llamar a Dory para que afrontara el reto de cambiar al Nazareno con motivo de la festividad que se realiza el último domingo de octubre. “Me dijeron: échanos una mano que no nos atrevemos. Y ahí que fui”.
Un encargo puntual que se convirtió en definitivo con la llegada de la Semana Santa y que mantiene con una ilusión creciente y el respeto intacto de quien sabe que trabaja a escasos centímetros de una talla de mediados del siglo XVII. La imagen, perteneciente a la parroquia de San Frontis, pasa desde la jornada previa al Jueves de Traslado a la noche del Martes Santo por las manos de una Dory detallista hasta el extremo que supervisa con ojos de halcón cada pliegue antes, durante y después de la salida 'del Mozo' a las calles de la ciudad.
El escaso ajuar fielmente custodiado por las religiosas del Tránsito se convierte en manos de Dory en un proceso casi ceremonial acorde al nombre de un cargo con reminiscencias palatinas. Ella es la responsable de cambiar el hábito “de estar por casa” para vestirlo con su camisa, la pesada túnica de terciopelo morado y su recién estrenado cíngulo de hilo de oro a juego con el de la Esperanza.
Un ajuar que apenas completa otra camisa y túnica con cola de menores dimensiones y otros tres cíngulos, uno de ellos en desuso. A ello se suman las potencias de plata que han coronado de manera casi excepcional la cabeza de la talla pero que, por estética, han quedado relegadas a mero objeto patrimonial y expositivo. Un listado exiguo pero que poco tiene que envidiar al de la Esperanza con sus joyas donadas y hasta rosarios. “Es un Cristo sencillo de arrabal, no necesita realmente más”.
Su trabajo supone la parte más visual de un trabajo completamente invisibilizado que moviliza al actual cotanero y sus ayudantes -hoy día formado por Sergio Merino junto a José Ángel Esteban y Diego Domínguez- durante los días previos y posteriores a la salida de la Catedral. Ellos son los encargados de mover todo el patrimonio, desde las varas, las cruces guías y las estaciones pasando por la colocación de las faldillas, faroles y almohadillas de los banzos.
Alma máter de la estética que procesiona en la tarde de cada Martes Santo, Dory asegura que es un trabajo en equipo que alcanza al propio Jesús García de FlorArt, encargado de cubrir al Nazareno en un manto floral de hasta 2.700 claveles estratégicamente situados para no dañar la túnica ni la imagen por la humedad.
En sus manos, el proceso de preparación puede extenderse durante cuatro horas. “Eso la víspera del Traslado, pero es que a la mañana siguiente vuelvo”. Unas jornadas intensas que se repiten de nuevo en la mañana del Lunes Santo cuando madre e hijo se despiden de una convivencia de apenas tres días para volver a pasar por las manos de Dory y de Rosana, la camarera de la Esperanza. También a la vuelta a San Frontis, momento para el cual recibe al Nazareno ya despojada del hábito de cofrade.
Sobre la peana o anclado a cualquiera de sus dos mesas procesionales, el Nazareno se somete a una constante supervisión milimétrica. “Nunca quedo conforme, pero creo que es algo que nos pasa a todas las camareras. Llega un momento en el que mentalmente te obligas a marcharte porque si no siempre retocaría algo más”.
Siempre atenta a los detalles, el trabajo de Dory vela por asegurar la mayor naturalidad en el movimiento de una túnica con el peso de las de antes, pero que no requiere de un solo alfiler. También por ese empeño personal en que el pie izquierdo asome sobre la túnica para poder contemplar la posición natural de toda la talla.
Una imagen que se desprende de la cruz para “acoger” entre sus brazos a una Dory que se abstrae hasta el punto de olvidarse por momentos del peligro que entraña la corona de espinas. Y es entonces, cuando la distancia da paso a los minutos de mayor intimidad, cuando brotan las confesiones y peticiones de una Dory enamorada y entregada por completo a las necesidades del Nazareno, al Vía Crucis y a la Semana Santa relegando todo lo demás a un segundo plano.
El privilegio de una mirada directa al alcance de unos pocos.