La mujer del trueque que fiaba y confiaba, un ejemplo de feminismo en plena posguerra
La historia de Patricia Casas en Granja de Moreruela es la de una mujer adelantada a su tiempo, encargada de llevar las riendas de un negocio que ofrecía desde alimentos a tabaco y gasolina
Implantó el trueque para facilitar la compra de los productos de primera necesidad entre los vecinos del pueblo e, incluso, se desplazaba en furgoneta para vender en los municipios cercanos cuando los coches eran aún todo un lujo
Como cada pueblo, Granja de Moreruela encierra sus propias historias de superación y lucha escritas en femenino. Historias que, con el paso del tiempo, se van diluyendo pero que sirvieron de referente para marcar el camino hacia un mundo más igualitario especialmente necesario en el medio rural.
Empujada por sus circunstancias personales, pero también por su carácter bondadoso, el recuerdo de Patricia Casas aún pervive casi cuatro décadas después de su muerte. Esta emprendedora adelantada a su tiempo se supo imponer a su temprana viudedad para hacerse cargo del negocio regentado junto a su segundo esposo que, aquejado de una enfermedad, no podía trabajar.
Sin hijos de los que hacerse cargo, Patricia se volcó en cuerpo y alma a sus vecinos antes que clientes, a los que ofrecía desde alimentos pasando por tabaco e, incluso más tarde, gasolina. El sistema del trueque permitió convertir a este establecimiento en la tabla de salvación de muchos granjeños que acudían con cebada, trigo, gallinas o huevos para cambiarlo por productos de primera necesidad.
En tiempos difíciles marcados por la dictadura, esta mujer fiaba y confiaba. Un método de pago sin plazos marcados sobre el calendario que permitió a familias enteras subsistir tras la posguerra. Su generosidad traspasó las fronteras municipales gracias a la compra de una furgoneta con la que comenzó a acercar sus productos a otros puntos en un momento en el que los coches eran aún un auténtico lujo.
Para vecinos de aquella época esta mujer nacida en 1915 fue toda una referencia de emprendimiento y lucha sin cuartel. El trueque le permitía aumentar el número de piezas de carne para vender junto a todo tipo de productos, incluyendo helados elaborados por ella misma. Una amplia variedad para el momento en el que no faltaban los cigarros Celtas a un real, los Ducados y cuarterones, ni tampoco las garrafas de combustible de Campsa.
Su establecimiento llegó a albergar hasta un futbolín, convirtiéndose en un auténtico espacio de ocio que aún recuerdan los jubilados del pueblo, entonces niños agradecidos a esta mujer y a la que le ofrecían su ayuda descargando sacas de tabaco.
Una historia increíble con un triste final, ya que esta mujer de corazón bondadoso falleció en Benavente con apenas 70 años y su cuerpo nunca fue reclamado. La falta de medios derivada de una vida de entrega desinteresada le llevó a descansar injustamente en una fosa común dejando tras de sí un inmenso legado que se conserva en el recuerdo de tantos vecinos de la zona junto a los restos de la fachada de la que su día fue su hogar. Historias que no deben caer en el olvido.