A escasos kilómetros de la frontera con Portugal, en pleno corazón de Aliste, se extiende uno de los mayores tesoros ecológicos de Zamora: el Alcornocal de Cerezal de Aliste, el más extenso de la Península Ibérica. A unos 800 metros de altitud, este bosque centenario es un "pulmón" que respira historia, biodiversidad y belleza. Sin embargo, hoy lo hace con dificultad. “Cada año hay más árboles enfermos y secos. Nadie viene a revisarlos ni a cuidar nada”, lamenta un vecino que camina por la ruta del alcornocal, entre senderos invadidos por la maleza. El paisaje sigue siendo imponente, pero la dejadez es visible incluso para el visitante ocasional.
Entre encinas, robles y castaños, se levanta el mayor alcornocal de la Península Ibérica, un tesoro natural que debería ser orgullo de Zamora y referente nacional en conservación. Pero hoy, los vecinos de Cerezal de Aliste lo recorren con rabia contenida: árboles enfermos, ramas secas y rutas turísticas olvidadas se mezclan con el cierre del antiguo Centro de Interpretación, cerrado desde la pandemia. “Nos duele ver cómo se deja morir lo que podría ser vida para el pueblo”, lamentan, mientras el Ayuntamiento de Muelas del Pan, al que pertenecen, sigue ingresando alrededor de 140.000 euros cada 9 años por la saca del corcho.
El Centro de Interpretación del Alcornocal, ubicado en la antigua casa del cura, fue durante años el punto de encuentro de escolares, turistas y curiosos. Su cierre durante la pandemia fue, para muchos, el principio del declive. “Desde entonces no ha vuelto a abrir”, lamenta otra vecina con resignación.
Las puertas cerradas simbolizan algo más que la falta de actividad: reflejan el abandono institucional hacia un recurso que podría generar empleo, turismo sostenible y orgullo local. “Es un lugar que podría ponerse en el mapa nacional. Tenemos el mayor alcornocal de España y nadie lo promociona”, protestan los vecinos, que acusan al Consistorio de Muelas de "ineficaz". "Está dejado de lado mano de dios", insisten, y cuentan que "pasó de tener un cuidador diario que contactaba con colegios para venir a verlo y hacer la ruta, a tenerlo abierto unos días a la semana, luego solo uno y ahora ninguno". La dejadez ha sido ocupada ahora por nidos de avispas. "Ahí están todas muertas en el suelo", muestra una vecina.
La indignación aumenta cuando se comparan los ingresos que el Ayuntamiento de Muelas del Pan obtiene del alcornocal —unos 140.000 euros por la saca del corcho cada 9 años— con la falta de reinversión visible en el entorno. “El dinero del corcho entra, pero aquí no vuelve nada. Ni para limpiar, ni para arreglar caminos, ni para cuidar el monte”, denuncia un residente. Los vecinos reclaman transparencia y una gestión más justa de unos recursos que consideran suyos, tanto por historia como por derecho.
Un paraíso de biodiversidad sin cuidados
El valor ecológico del alcornocal es incalculable. En sus más de 350 hectáreas crecen alcornoques centenarios junto a encinas, robles y castaños. Entre sus ramas y su sotobosque se refugian aves, anfibios, reptiles y una flora asociada única, resultado de siglos de equilibrio natural. Pero el equilibrio se rompe cuando falta la gestión. La ausencia de limpieza amenaza un ecosistema que necesita intervención y respeto. “No pedimos milagros, solo que se cuide lo que tenemos. Este monte es vida para el pueblo”, insisten los vecinos.
El potencial turístico y ambiental del alcornocal es enorme. Su inclusión en rutas de ecoturismo o en programas educativos podría convertirlo en un referente nacional de conservación y desarrollo rural. El propio centro de interpretación, reabierto y dinamizado, podría generar empleo y servir de punto de partida para proyectos europeos o actividades conjuntas con Portugal, dentro de la estrategia transfronteriza de sostenibilidad. “Tenemos un tesoro y lo estamos dejando morir, mientras otros lugares con menos recursos saben aprovechar su entorno para atraer gente y oportunidades”, resumen los vecinos con tristeza.
La ruta
El acceso al alcornocal se realiza desde la N-122, a la altura del desvío hacia Villaflor. Desde allí parte una ruta hacia Cerezal que impresiona por la magnitud del bosque y la variedad de vegetación que acompaña al sendero: jaras, zarzas, agabanzas y robles se mezclan con los robustos alcornoques que dominan el paisaje.
En su día, el recorrido se acondicionó con merenderos, una barbacoa y una pequeña fuente, elementos que buscaban fomentar el disfrute del entorno. Hoy, sin embargo, muchos de ellos permanecen ocultos bajo la maleza, aunque en algunos tramos se aprecia que se han realizado trabajos recientes de desbroce.
El paseante puede encontrarse también con un pequeño rincón de "tarabillas", cañas con cuyo tallo erguido vecinos de la zona "construían" pequeñas hélices, movidas por el viento, que asustaban a los pájaros en las viñas y en las cosechas. Hoy, solo forman parte del paisaje cuasi abandonado que forma parte del Camino de Santiago, dentro de una ruta que podría ser un gran atractivo si se cuidara como merece. "Una lástima que en la España vaciada, no sé promuevan rutas turísticas que recuerden la vida de los pueblos antiguamente", lamentan en Cerezal.